De acuerdo con la definición de Naciones Unidas, el concepto de cambio climático se refiere a los cambios a largo plazo en las temperaturas y los patrones climáticos, pudiendo ser tales cambios de origen natural o generados por las actividades humanas.
En este contexto, hay que señalar que los cambios en el clima de la Tierra han sido una constante a lo largo de toda su historia geológica, unas veces en forma abrupta y otras más paulatina, habiendo atravesado todo tipo de situaciones de distinta duración, desde periodos cortos a cientos de millones de años; y desde eras glaciales con extensos desiertos de hielo sobre los continentes hasta periodos muy muy cálidos más o menos lluviosos.
A partir del período Eoceno de la Era Terciaria, o Cenozoica, la temperatura media de la Tierra ha mostrado una progresiva tendencia a la disminución, dentro de una amplia variabilidad. En esta línea descendente, desde hace 2,6 millones de años, el planeta se halla iniciando una era glacial compuesta por glaciaciones o períodos glaciales, muy fríos, de duración creciente, y separados entre sí por períodos interglaciales cortos y relativamente cálidos.
En la actualidad, y desde hace 11.700 años, nos hallamos en el último de estos periodos breves y más templados, denominado Holoceno, el cual también ha experimentado altibajos en las temperaturas, que han influido en el curso de la Historia, con épocas más cálidas, como el Período Húmedo Africano, la Edad de Bronce, el Período Cálido Romano o el Pequeño Óptimo Medieval, y fríos, como la Edad de Hierro, el Período Oscuro Helénico, las invasiones asiáticas y bárbaras o la Pequeña Edad del Hielo.
Esta última, iniciada a principios del siglo XIV, finalizó a mediados del XIX, después de lo cual, y con ciertas variaciones, las temperaturas medias de la Tierra han tenido una tendencia creciente. A partir de finales de los años 70 del siglo XX, esta tendencia se ha visto muy acelerada, no explicándose ya por una simple variabilidad natural, sino por la incidencia sobre ésta de un desarrollo económico humano que transforma sin parar recursos naturales en residuos gaseosos, líquidos y sólidos, en todos los ambientes del planeta, llegando incluso hasta el espacio.
De entre los residuos gaseosos destacan dos tipos, gases contaminantes, que causan una serie de riesgos y daños a las personas, bienes y ecosistemas, y gases de efecto invernadero, de los que el principal es el dióxido de carbono, pero con incidencia sensible de otros, como el metano, el óxido nitroso, etc., y cuyo efecto es el de retener parte de la radiación solar incidente sobre la atmósfera, generando calor. Estos gases son necesarios para mantener la temperatura que ha permitido la vida, pero si aumentan bruscamente por encima de unos límites no asumibles por la naturaleza, generan severas alteraciones.
Tal situación está propiciando alarmantes señales de calentamiento de la atmósfera y los océanos, acidificación de las aguas de éstos, alteraciones de la biodiversidad y los ecosistemas, incremento de incendios y fenómenos meteorológicos adversos, desplazamiento de enfermedades y plagas, etc. Estos efectos adversos inciden sobre la salud y las actividades humanas, lo que ha motivado una creciente preocupación de los distintos países del planeta y con ello la puesta en práctica de políticas, acuerdos, normativas, etc., encaminadas tanto a mitigar el fenómeno del cambio climático, como su adaptación a él, materias todas ellas que son objeto del presente Observatorio.
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